De pequeña tenía miedo a la oscuridad, el perchero con cabeza de oso era un temible monstruo de infinitos brazos, y solía encoger las piernas porque pensaba que un lobo iba a entrar por los pies de la cama y mordisquearme los dedos. Después llegarían los miedos en la escuela, lugar de juegos y múltiples descubrimientos pero también de múltiples exigencias y retos: aprobar las asignaturas, evitar castigos, relacionarte con otros niños, relacionarte con los profesores, evitar por todos los medios que te expulsaran de clase o equivocarte al salir a la pizarra; y por supuesto, hacer lo posible por no conocer el despacho de la directora. La adolescencia vino acompañada de tantos momentos intrépidos como temores a superar. Es curioso como puedes lanzarte cuesta abajo en el sillín trasero de la bici, sin frenos, de una amiga y al mismo tiempo temer situaciones del tipo: hablar en reuniones numerosas por miedo a decir algo ridículo.
El caso es que cada etapa de nuestra vida viene acompañada de diversos miedos, que nos hacen estar en situación de alerta y nos protegen, pero en otros casos dificultan nuestro camino.
Sea cual sea el objeto de nuestros miedos, la clave está en el afrontamiento, porque a cada vez que nos enfrentamos a algo que nos asusta, ese algo se hace más pequeño.
En ocasiones puede que optemos por la evitación, porque como es normal, estar asustados no es nada agradable. Esto a corto plazo nos ayuda a encontrarnos bien, ya que si nos alejamos o huimos de lo que nos da miedo, nuestro corazón vuelve a su sitio, dejamos de sudar o sonrojarnos y se calma nuestro estómago.
Sin embargo a la larga hace que nuestros miedos parezcan más poderosos e invencibles de lo que realmente son y les damos cancha para que nos aprisionen, limiten nuestro mundo y encima hagan que nos sintamos inquietos, tristes y avergonzados.
Y en este afrontamiento no tenemos por qué estar solos, ya que podemos tener nuestros compañeros de batalla, aquellos que nos van a comprender, respetar y nos van a escuchar sin juzgarnos ni ridiculizarnos.
Aquí os dejo algunos pasos que os pueden ayudar en esta batalla, una serie de armas que tenemos para pelear con nuestros miedos:
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Ponerle nombre a aquello que nos asusta (ej: me da miedo conducir).
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Detectar las esferas de nuestra vida que está limitando este miedo o miedos. Puede servir de ayuda el ponerlo por escrito (siguiendo el ejemplo anterior: limitación en mis desplazamientos, a la hora de buscar trabajo, a la hora de planear mis viajes,…)
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Anotar nuestras fortalezas, los miedos nos pueden engatusar haciéndonos creer que no las tenemos.
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Preparar nuestro cuerpo para la batalla: cuidarnos un poco o un mucho cada día, puede resultar de gran utilidad aprender técnicas de relajación como la muscular progresiva de Jacobson, o técnicas de visualización, aprender a trabajar nuestra respiración… (podemos encontrar instrucciones sencillas en internet, probar varias técnicas y escoger la que más cómoda nos resulte).
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Ponernos pequeñas metas en este proceso de afrontamiento. Que este proceso no se convierta en un motivo más de preocupación o temor (en el ejemplo: subir al coche, prepararme para la conducción, hacer un pequeño recorrido acompañad@, aumentar el recorrido acompañad@, hacer un pequeño recorrido sol@…). Cada persona debe elegir estas pequeñas metas y le dedicamos a cada una de ellas el tiempo que se necesite.
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Reforzarnos a cada pasito que demos hacia delante.
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Ser compasivos con nosotros mismos, no fustigarnos cuando no avancemos al ritmo esperado y entender cada momento como parte del proceso.
En el caso de que nuestros miedos nos provoquen reacciones muy intensas, nos hagan sufrir e interfieran considerablemente en nuestras vidas y la de los que nos rodean, no dudemos en consultar con un profesional.
Para terminar os dejo una frase que creo es importante tener presente:
“Aprendí que la valentía no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre el miedo. El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo.”
Nelson Mandela